martes, 13 de febrero de 2007

Victoria - 1ra reedición

a. Prólogo a la 1ra edición (1):
En el prólogo no hablaré de mí, ni de cómo conocí a esta ciudad, sino que agregaré un par de cositas que quizás dejen más claro el camino para entender la idea del texto: Victoria tiene una actitud ambivalente, ya que se mueve como para ser una ciudad pequeña pero de gran porte, por un lado. Por otro, hay una clara conducta "vecinal" (de silletas en la vereda, de bondad indiscriminada, de saludos victorienses esquineros, de tonada apaciguada, etc.) que no se deja arrancar, como un árbol antiguo con raíces del tamaño de una baldosa y que complica a los taladores obsesivos. Es la conducta vecinal la que -más allá del hermoso paisaje natural que rodea a Victoria- le da un contrapeso a una ciudad indecisa.

b. Victoria
Seca, algo gris. Baja. Pequeña y corta. Algo vieja y regia.
La ciudad de Victoria es un albergue de perros dormidos, flacos y rengos. Pero buenos. Perros buenos.
De andar unas cuadras se ve el fin del pueblo. Ciudad. Bueno, pueblo. Las calles asfaltadas del “centro” se convierten abruptamente en baches con asfalto y, unos pasos más, no son más que tierra.
Las siluetas más prometedoras son de extranjeras –de rosarinas-, así como de casas antiguas con rejas también centenarias.
Sobre las siete colinas características se yergue Victoria. Famosa capital provincial del carnaval, devenida en subsede del carnaval con los años y transformada en un triste paseo de tablones pintados “a la que te criaste” donde bailan, cabizbajos, seres sin entusiasmo. Cuna actual del pancho y la coca más lentas de su departamento provincial, Victoria posee un ritmo particular: el victoriense.
Mezcla entonces de lentitud –que se propaga desde los canes hasta los choferes- con belleza agropecuaria y riática (de río; riuum; rire), Victoria es un lugar para conocer.

Volví hecho una lechuga. Pero volví y estoy sin ella.


SZ

(1) "Victoria" debió ser escrita el 7 de febrero como un comentario a otro texto.

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