miércoles, 7 de febrero de 2007

Dimitri -primera parte.

Subte. Línea B. Subte. Libro. Hojas. Libro. Libro. Gente. Libro. Tucutúm tucutúm. Tucutúm tucutúm. Ñiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Renglón. Letras. Palabras. Letras. Gente. Li-pal-hoj-tucutúm tucu-chaaaa. Estación Malabia.

Sonríe el joven Dimitri al revisar esa última frase que lo dejó pensando. Echa un vistazo al cartel que ahora entiende perfectamente por la perspectiva. Estación Malabia. Dos paradas más y ya estará corriendo nuevamente. Desea terminar el capítulo tres de la tercera parte del libro.

Las puertas se cierran y el calor sofocante comienza a disminuir. El tren avanza lentamente. Con la sonrisa aún dibujada, Dimitri gira cansino y se encuentra a su derecha con un hombre que lo mira con atención. Sus ojos grandes como interrogándolo por su pasado ucraniano. Vuelto a sus líneas, retoma la ya leída página sesenta de su libro donde el autor comenta: “Sin saberlo, el hombre compone su vida de acuerdo con las leyes de la belleza aún en los momentos de más profunda desesperación”. Enseguida recuerda a María Mitdova, musa quinceañera guardada en un recuerdo profundo del joven.

Dimitri siente que el alma de María lo persigue. Distanciados por kilómetros y años, nunca se han vuelto a ver. El tuvo que dejarla para acompañar a su padre a horizontes porteños. Ella, por su parte, dejó de contestar las cartas del joven ucraniano.

El subte no es un buen refugio para Dimitri ya que se posan –incesantemente- sobre él los ojos de aquel sujeto casi hipnotizado. Ahora su preocupación es reconocida. De reojo observa que el hipnotizado se sienta. Sus manos humedecen una punta de la hoja que sostiene. El hombre no lo mira. Entrecierra los ojos y llama con su celular. Dimitri, inquieto por comprobar la locura del hombre, busca la mirada que lo aterrorizó segundos atrás. El hombre no responde a la búsqueda, cierra el celular y se echa a dormir.

Al salir del vagón, Dimitri entiende que ser visto e involucrarse en una relación lo aterra. Pasaron dos años desde su llegada a este país, pero todavía no puede superar la locura en la que entró por amar y dejar a esa mujer. Nunca la amó realmente, pero fue su única experiencia libidinosa concreta. Dimitri sabe que la belleza de la joven continúa transitando, aún en el encierro bajo la tierra.

7 comentarios:

Zizek dijo...

ESTIMADOS Y HADAS. DEbido a un error -reportable- del sistema de esta máquina, me veo en la incapacidad de publicar una "entrada" como Dios manda. Ante ello, he llamado al técnico para que arregle el inconveniente. Igualmente, les dejo lo que escribí (y que luego publicaré como "entrada"). Afectuosos saludosos. SZ.

"Victoria"

Seca, algo gris. Baja. Pequeña y corta. Algo vieja y regia.
La ciudad de Victoria es un albergue de perros dormidos, flacos y rengos. Pero buenos. Perros buenos.
De andar unas cuadras se ve el fin del pueblo. Ciudad. Bueno, pueblo. Las calles asfaltadas del “centro” se convierten abruptamente en baches con asfalto y, unos pasos más, no son más que tierra.
Las siluetas más prometedoras son de extranjeras –de rosarinas-, así como de casas antiguas con rejas también centenarias.
Sobre las siete colinas características se yergue Victoria. Famosa capital provincial del carnaval, devenida en subsede del carnaval con los años y transformada en un triste paseo de tablones pintados “a la que te criaste” donde se bailan, cabizbajos, seres sin entusiasmo. Cuna actual del pancho y la coca más lentas de su departamento provincial, Victoria posee un ritmo particular: el victoriense.
Mezcla entonces de lentitud –que se propaga desde los canes hasta los choferes- con belleza agropecuaria y riática (de río; riuum; rire), Victoria es un lugar para conocer.

Volví hecho una lechuga. Pero volví y estoy sin ella.

Álvarez Gómez dijo...

Slavoj,por fin se deja de joder con onomatopeyas y escribe un poco. el texto me pareció notable, y sabe que jamás escatimo en críticas. Un saludo desde mi balcón.

Lo felicito.

Ela dijo...

Me gustó. Como lo pintó, es un pueblo para visitar en esos días de melancolía y tristeza que tenemos que los inconformistas. Para putear un poco por lo feo del paisaje. Para putear porque aunque es feo, nos enamora. Inevitable.

Saludos.

Ela dijo...

CORRECCION
Quise decir: "esos días que tenemos los inconformistas..."

Zizek dijo...

A.G.: gracias por lo de "notable". Su balcón debe ser mucho más notable que mis partituras literarias.

Ela: me agrada. No sé quién es usted (o si es alguien). Pero me agrada. Aunque, por cierto la ciudad de Victoria es bella, si bien seca, gris, baja (aunque no comenté que los fines de semana "se pone"). Es una ciudad que no quiere ser ella. Pretende ser pueblo, tranquilo, manso, perro faldero y hambriento. Es bueno para los melancólicos, llorones, y también para los alegres y poco memoriosos. Asimismo, para los que costeamos ambas orillas. Entiendo lo que quiso decir ya que es aplicable a otros pueblos que sí son depresivos y angustiantes.

Saludos cordiales.
SZ

Ela dijo...

Zizek: por qué no dijo antes que Victoria "se pone" los fines de semana?
Haber empezado por ahí. Por donde hay algo lindo, algo que nos cautiva. Y que nos hace falta. Digo, el lunes, el martes, el miercoles... todos los días nos falta el fin de semana, cuando Victoria se pone mas linda y mas buena y nos da algo. Entonces esperamos.

Zizek dijo...

ELA: tiene razón, debí comentarlo antes. El tema es que llegué de Victoria un lunes, me entiende? Pero mañana ya puede viajar, Ela.

saludos cordiales

SZ