jueves, 24 de mayo de 2007

Robare humanum est (o pequeños despistes de un tipo con mala suerte)

La vida fue para el señor L. una cuestión de azar. De niño tuvo grandes fracasos, pero la gravedad de su mala suerte se hizo cruda cuando abandonó ciertas estupideces de joven y conquistó otras estupideces de adulto. Esa extraña ruleta dejaba la bolilla en el casillero de él, aunque sus apuestas siempre eran equivocadas.

Cansado de recibir golpes de objetos animados (movidos por ánimas o espíritus, supuestamente), de fracturarse distintas partes de su cuerpo con frecuencia, de arruinar fiestas y cumpleaños al momento de su arribo, y otras desgracias de un típico jettatore, decidió estudiar los motivos de su mal.

No contento con su idea, el señor L. prometió vengarse de quienes lo ridiculizaban o le huían considerándolo un "demonio de nube negra". La mala suerte le debía tocar a otros, por lo que era razonable que él mismo -demonio personificado- generara esas acciones negativas.

La investigación de su patología metafísica le demandó tiempo de biblioteca. Se hizo habitué de varias. Lo consideraban ya un amigo, que paseaba diariamente por los muebles lustrados de instituciones prestigiosas y por las estanterías de organizaciones de menor perfil. Visitó asociaciones, fundaciones, ministerios públicos, bibliotecas populares, barriales,
y demás centros con libros a disposición de la gente.

Su conocimiento sobre aquel síndrome de jettatore que le afectaba incrementó notablemente. Tal es así que el señor L. utilizó de manera eficiente mecanismos para reducir su producción de mala suerte. Claro, lo había aprendido luego de investigar cuatro años ininterrumpidos. De hecho, las lámparas, los libros y las mesas se le caían menos en las bibliotecas, ya que alteraba el rumbo de sus acciones de forma constante y milimétrica. Cambiaba lapiceras (y sus cartuchos) cada dos días, zigzagueaba de vereda a vereda el recorrido hacia su casa, compraba alimentos sin adherezos, etc.

Existía sí, una nueva costumbre en el señor L.: hacer propios los libros de las bibliotecas. Aquello representaba apoderarse del conocimiento, y por ende tener el control de su problema. Con la calma adquirida en su larga estadía en las bibliotecas, comenzó a recoger ediciones antiquísimas de incunables. Pronto llegó a tener hasta dos ediciones de La Ilíada, los Miserables y La Biblia (también había que distraerse). Juntó 1.738 libros en 6 años.

El señor L. sigue acusando dolores de espalda, de estómago e incomodidades diversas. No por aquellas falencias comentadas al principio, sino por su estilo de extracción de libros que no le pertenecen -pero que posee. Hace poco un amigo (quien me comentó de la existencia de este tal "L") que trabaja en mesa de entrada en una biblioteca conocida, se atrevió a filmarlo. Era tarde, el señor L. nunca más volvió.

SZ

PD: si desean saber de sus andanzas, visiten http://youtube.com/watch?v=IlOZXMcaOCQ

jueves, 17 de mayo de 2007

historia que no es pero será

en los próximos días aparecerá en este lugar una pequeña historia basada en hechos reales sobre un ladrón de biblioteca.

ya vuelvo

SZ

martes, 8 de mayo de 2007

short and to foot

"El ser humano es injusto por naturaleza", dijo un amigo mío hace unos días. Agregó que es agresivo, ambicioso, egoísta y otras palabras irreproducibles. "Por eso -continuó- hay que salvarse de la catástrofe y tratar de estar bien uno". Mi amigo (claro ejemplo de su propia idea -o sea, de ser un humano egoísta, por ejemplo) tiene un espíritu algo individualista. Prefiere aceptar esa injusticia y ambición humana antes que tomarla con pinzas. Parece sencillo pronunciarse por esto y sentenciar: "Bueno, muchachos, no queda otra que la guerra civil, el enfrentamiento, la corruptela y los ladrones por temor a una amenaza latente".

Amén.

SZ