martes, 27 de febrero de 2007

Montevideo

Hay un Montevideo para uruguayos, otro para argentinos y otro para quienes quieren ser por un momento uruguayos pero luego quieren ser argentinos.
Voy a descartar al primer y segundo Montevideo porque claramente ví un tercer Montevideo.
A su llegada, el llegador debe sintonizar algo de don Jaime Roos o bien algo de murga "yorugua". Sino, aquella ciudad está ausente. Ausencia más bien de color, de ritmo, de vida y comunidad. La división entre ciudad vieja y lo más moderno de M. me parece algo bastante poco saludable para el llegador, ya que aquella trasciende el dualismo modernidad-posmodernidad (podría ser una intempestividad, extratemporalidad, o algo así; un amigo, Álvarez Gómez, seguro tiene un empolvado cuaderno donde habrá escrito un texto sobre la intempestividad).
Rambla de noche y día. Puerto a la vista de esa rambla, la cual se pierde entre los codos que el agua formó. Una rambla que permanece anaranjada, suave y fresca. Tal vez queda más bella a partir de las seis, cuando bajan -esclavos del mate- algunos pobladores de M.
Los febreros se visten de fiesta en una ciudad inclinada al agua (debido a aquellos pobladores, esclavos del mate, que se acercan a eso de las seis, para conversar bajito sobre olas, sobre bombillas y sobre Tabareses). Por eso cuesta tanto volver al Norte, al centro geográfico de M.
Las fiestas, como decía, se aprecian más en febrero: una especie de "fiebrero", porque es como una fiebre por el carnaval montevideano. Y el llegador debe recorrer un circuito de clubes de barrio que, escondidos para un visitante argentino, florecen para quien por un momento quiera ser uruguayo. "¡Hay salchicha y chorizo!" grita uno. En los parlantes del club Malvín se repite "Cativelli es más rico", "Tome Chofitol y coma bien", "Café El Chaná, el mejor café", y así. El club tiene una tribuna -la Amsterdam, debido a la calle que la bordea-, el campo de juego de cemento y un escenario, al otro lado de la Amsterdam, a dos metros de altura. Abundan carteles pintados en las paredes, algunas lamparitas de colores y en el cemento cientos de sillas y mesas.
El llegador tiene que anotarse con unas horas de antelación, reservando a la misma hora en que la ciudad se inclina hacia la rambla, la hora más linda. El vacío de la Amsterdam y, después, del campo, son ya un recuerdo para eso de las nueve cuando la primera murga hace su aparición, y el público está debidamente sentado y en absoluto silencio.
Trajes de colores, esponjas hechas gorros y muñecos, mangueras y alambres atados a las telas. Frentes, labios y mejillas pintadas por colores fuertes y brillantina. Tres percusionistas detrás de quince personas que cantan a coro, entre duetos y tríos y demás mezclas de voces; algunas veces de espalda al público, el orquestista arregla los tiempos con sus manos, indica los tonos de las próximas canciones que vendrán y hace un juego entre la seriedad de una filarmónica y la intrepidez de una murga. Saltos, gestos -muchos gestos-, pedidos con los brazos, alusiones al amor, a la amistad, encuentro con viejos personajes de la murga uruguaya, teatralizaciones sobre los mismos, historias que dejan siempre un mensaje. Entre tanto, el llegador podrá percibir el alto nivel de bajada de línea, de crítica al capitalismo, de reproches al gobierno, de juicio a los militares (acompañado de fervientes aplausos del público de la Amsterdam y el campo de cemento; y más de uno gritando el nombre de la murga presente). Muñecos con las caras de Tabaré Vázquez y su gabinete, caricaturas de los militares, chistes sobre mujeres de moda que muestran sus partes en revistas, son habituales en las murgas.
Ya entrada la noche, la gente despide cantando y aplaudiendo a la última murga, que se pasea por entre las mesas y se va agradecida. Bajan entonces quienes estaban en la tribuna, se alejan los de las mesas, todos con sus mates y con tranquilidad.
El llegador podrá, al día siguiente, recorrer la "18 de julio", visitar algún museo, seguir paseando por la siempre anaranjada rambla, apreciar la belleza de los barrios Carrasco y Pocitos, recuadrar el aspecto solitario, dejado pero asimismo cálido del barrio viejo, tomar un mate por la plaza Cagancha, y hacer otras actividades de city tour.
Ya de vuelta en su país, querrá ser argentino para luego querer imaginarse uruguayo una vez más.

SZ

5 comentarios:

Álvarez Gómez dijo...

Usted es un cronista sensacional.
No tengo palabras, su relato es extraterrestre. Bueno, sí, entre uruguay y argentina.

Ela dijo...

Fascinante. Tengo una sonrisa de oreja a oreja. Le tendria que hacer un dibujo para que me entendiera. Me encantó su crónica. Una excelente descripción.

Hubiera puesto siempre la palabra "Montevideo", ya se que es larga, pero "Montevideo" tiene música. A veces hablo de Uruguay o de Barrio Norte nada mas que para decir Montevideo.

Que lindo, Zizek.

Saludos.

Zizek dijo...

Gracias don Álvarez. Me halaga lo que usted me dice (y que lo diga usted)
Ela, también gracias por lo que dice. Me estoy poniendo un poco colorado. Haga el dibujo y lo publicamos por acá. Montevideo. Sí, tiene música; prometo escribirla entera para la próxima.
Una hermosa señorita, Tjasa, ayer me dijo: "muy largo y repetitivo" e hizo un gesto como que mucho no le gustó.
Creo que estaba presionada para leerlo.

Abrazo para ambos. Me pusieron una sonrisa en la jeta.


Tjasa, un beso para vos.

Ela dijo...

Bueno, despues le hago el dibujito y se lo mando, pero no se si será para subir a este espacio suyo.

Yo creo que su amiga, como todos los buenos amigos, cuando nos critican, lo hacen desde el corazón y con amor (casi siempre).

Me alegra haberle dibujado una sonrisa. A mi me alegra que responda (y así de lindo) los comentarios.

Saludos.

Zizek dijo...

Gracias ela!
SZ